Resum d'una ponència sobre economia de l'aigua que mai no veurà la llum entre les pareds de la Universitat, però si les intangibles i dilatables d'aquest blog. Bon profit. . .
La identidad social, hoy en nuestra sociedad más que nunca, viene condicionada por los discursos de construcción de la verdad y la gran importancia que se le atribuye, no ya solo a la perspectiva, sino fundamentalmente a la retórica científica.
Tener que opinar sobre un tema como el agua, ha de ser avalado por la ciencia, pero no por la “infusa”, sino como mínimo por la pragmática ingeniería. Aunque en su defecto, cualquiera que aporte unos números o estadísticas podría pasar por estar legitimado para decir la suya.
Así, la sociología o incluso la antropología, debidamente soportada de números, podría pasar, poco más o menos como la economía, que puede ser tenida como la disciplina social más técnica, o bien como la disciplina técnica más social.
Pero ¿donde queda el pensamiento reflexivo?
Esa es la apuesta que se hace en este escrito, desde el conocimiento técnico, y sobretodo desde la perspectiva antropológica apoyada en el trabajo de campo llevado a cabo, en este país queramos o no, cotidianamente. Pero centrado en aportar un punto, si se quiere, más de lógica filosófica, para que quede suficientemente legitimada la argumentación.
¿A quién se le autoriza para hablar de qué?
En 1866 Ernst Haeckel “da vida” a la ecología. El verbo hizo, en este caso al concepto, que rodeado de la situación de mediados del siglo XIX y desde entonces, con el paradigma evolucionista en la mente de las personas; no nos ha de ser difícil imaginar porqué ha cambiado, aunque lo que no resulta tan sencillo es hacerse una idea de como ha tenido lugar la transformación de lo que entendemos por ecología.
Ese mismo año vino a acabar Marx el Tomo I de “El capital”.
Un hecho ha tener en cuenta, debido sobretodo a la interacción de la época en la cual, hay que recordar, no existía el mundo tal y como lo entendemos hoy, es decir, informatizado e intercomunicado a niveles difícilmente imaginables. Con todo, lo fundamental, lo importante, se sabía. ¿porqué?, pues obviamente porqué el hilo de las distintas ciencias se entrelazaba en una incipiente, pero robusta cuerda que venia a tirar de la sociedad en la dirección que la economía venía marcando desde la expansión de Europa hacia la conquista, con el resultado de espolio, sometimiento y desestabilización del mundo, para unos; o visto desde otros ojos, con la “innegable modernización” de la sociedad.
El capitalismo era y es, el marco conceptual en el que nos movemos y que como el agua, tiene propiedades coloidales que hacen posible que en su entorno continuo y fluido gran cantidad de partículas se muevan casi sin interactuar con el resto, pero aún así, de una forma u otra haciéndolo.
Prácticamente siglo y medio después de ver la luz, continúa siendo la ecología un término en boca de la gente, pero no un concepto definido y aceptado de forma unívoca. Ha sufrido el uso de conservacionistas, ideologías a diestra y siniestra y hasta se ha pretendido subir a los altares por parte de los espiritualistas, pero pocas veces a la hora de hablar de ecología, se ha “perdido” el tiempo, definiendo el espacio conceptual en el que cada interlocutor se sitúa y desde donde habla.
Para ello, creo que dando ejemplo, hay que enmarcar el concepto tal y como lo entiendo, al menos en tres entornos; económico, social y político. Que a groso modo vienen a ser los tres lados que son, el mínimo necesario (aunque no suficiente) para definir de una superficie; en este caso el plano de la realidad donde nos movemos.
La ecología en el ámbito económico, ha de ser vista como un factor o marco limitador en tanto en cuanto los recursos que siempre hemos visto como una oportunidad de crecimiento, empiezan a ser percibidos como una responsabilidad y por tanto, se le pone un precio a su mantenimiento con la finalidad de internalizar costos y repercutir en los usuarios tanto su uso como su reposición. Aparentemente todo es susceptible de ser mercantilizado y la sociedad y en ella muchos que se autodenominan ecologistas, lo aceptan, si quién contamina, es el que paga. Pero empiezan a visualizarse, argumentos de siempre y que cuestionan la explotación a triple coste social, por un lado, doblemente económico al pagar por consumir, nuevamente pagar por depurar y por otro lado un coste final de pérdida de patrimonio natural, por no repetirme al llamarlo “recurso” ya que posiblemente se entendería desde un punto de vista excesivamente economicista. Y de lo que se trata en este caso no es de definir los límites en meros números, fruto de más o menos intrincadas fórmulas, sino de dotar de contenido ideológico a la economía y no acabar aceptando que “desde un punto de vista objetivo”, la necesidad de reducir gasto social y la privatización son dos caras de una misma e inevitable moneda.
Los llamamientos a la solidaridad en el marco de una economía capitalista son, cuando menos, dignos de ser estudiados no como la anécdota que supondría el hecho de que se diese un acto solidario sin pretender nada a cambio. Sino por el interés antropológico que aporta la utilización de este tipo de discursos.
La solidaridad se viene a entender como un ejercicio de economía del don y que tiene unas connotaciones religiosas que desde mi punto de vista, lo viene a demostrar.
Muy distinto es, en el estado actual de las cosas, exigir solidaridad en un marco que por propia definición viene a manifestar, aquellos que se entienden como los más bajos sentimientos de la humanidad y que son, egoísmo, codicia y avaricia. Los motores que Adam Smith identificó como la locomotora y que hasta hoy se retroalimentan para encontrar la justificación de que unos pocos, los elegidos (de los cuales podemos cualquiera de nosotros formar parte) tengan el estímulo necesario para orientar al conjunto de la sociedad por el camino de la prosperidad. Eso que en nuestra mente evolucionista hemos venido en llamar “desarrollo”.
La situación que a lo largo de los últimos siglos se ha venido generando por ejemplo entre el sur valenciano y lo que hoy es la Comunidad de Murcia, vienen a demostrarnos como se ha generado una situación de desmantelamiento del tejido económico existente en la huerta de Orihuela y del Bajo Segura, al desviar los recursos hídricos que a esta zona llegaban históricamente. Y que bajo unas condiciones de una mayor concentración de esos recursos hizo que la agricultura en estas tierras, poco o nada tuviese que hacer para competir con el campo de Cartagena en su día, o en estos tiempos que corren, con los invernaderos de Almería.
Caso curioso y digno de mi interés es, como se han generado discursos de identidad y legitimación alrededor del tema del agua. Pero esto, creo que da para mucho más de lo que se pretende en este encuentro. De todas maneras hay que tener en la perspectiva la imagen gráfica de que a uno le pueden estar robando la cartera y al mismo tiempo ofreciéndose para ir de la mano a buscar a la policía.
Vendría a ser también la tan manida imagen del bombero pirómano que en este caso, viene a ofrecer soluciones a la desarticulación de la economía de reciprocidad (que existía también el las tierras de Murcia), proponiendo la fórmula de la gestión eficiente, la reducción de costos de que antes hablaba, y la creación del enemigo, que aparte de ser insolidario, también sirve como chivo expiatorio, causa de todos los males. Un buen ejemplo de externalización de la culpa.
Hablar de solidaridad pidiendo que un recurso que pasa por delante de la puerta de un agricultor, sea llevado a un lugar donde va a producir el doble o el triple y en consecuencia, en términos económicos, el efecto de esa pretendida “solidaridad” sea que ese agricultor que ve correr el río delante de sus ojos, acabe arruinado por no poder competir con el receptor. Hablar de solidaridad como digo, no tiene nada que ver con la acepción noble o incluso “religiosa” de la palabra. Tiene que ver con la necesidad de construir un discurso de victimismo económico y a la demonización política por otra. Ambas, y esta vez si, dos caras de una misma moneda: el egoísmo capitalista.
Socialmente, podemos observar las consecuencias del capitalismo en la actual crisis, que lejos de ser del sistema, afecta a quién tenía que afectar para demostrar que el capitalismo goza de una magnífica salud.
Actualmente continúa habiendo la situación que ya se predijo en el siglo XVIII y que es la existencia de salarios a nivel rayanos en la subsistencia. Condición necesaria para que los discursos de generación de expectativas se nivelen con la imposibilidad práctica de que esas mismas expectativas se cumplan.
Así, en los últimos años se ha generado una gran burbuja de capital que básicamente a servido para que una vez endeudada la gran masa obrera, el estallido de dicha burbuja ha generado una redistribución inversa de la riqueza. Una enorme cantidad de capital, generado y repartido en la base de la pirámide socio-económica, ha pasado a las manos de quién está y estaba, en las cúspide.
La gran crisis del capitalismo, no es tal. Antes al contrario, el sistema funciona muy bien, como siempre, para los de siempre. Y mientras tanto, la sociedad en su conjunto, tan globalizada, tan anestesiada y sorprendida que todavía se cree culpable. Pero sin darse cuenta que su culpabilidad ha consistido en ser actores del engaño y no los factores de un cambio. El necesario cambio de paradigma y que no es otro que la asimilación de que los valores han de ser globales y democráticos. Y en eso, el capitalismo toca fallo.
Como respuesta, se puede aceptar el intento de reinventar el capitalismo, siempre que sean pretensiones nobles para con la sociedad. Habrá quién tome posiciones y se llegará a una situación de compromiso ético y económico que de una nueva oportunidad al actual estado de las cosas.
Pero puede darse el caso de que sea totalmente inmoral la propuesta de salida y que se ponga en jaque definitivo a la mayoría de la sociedad. En una situación así, no caben números que intenten explicar a esa masa famélica que se está generando, que dos y dos son cuatro. Porqué si la lógica de los números se intenta utilizar para legitimar la sinrazón de la injusticia, efectos de rebote en ciertos sectores de la sociedad como los que periódicamente aparecen, no serán anecdóticos sino que pasarán a formar parte de una respuesta que muy posiblemente la juventud, abandere en un grito desesperado por la falta de objetivos y de futuro. Claros síntomas de una ruptura similar a la que ocurre cuando se sobrepasa la velocidad del sonido. Ese momento en que la vanguardia va tan rápido que su propio movimiento adelanta a las consecuencias, ese momento de la aculturación en el que la velocidad de los acontecimientos hace actuar, no con referentes culturales, no de forma reflexiva; sino de forma explosiva y aparentemente incoherente e inmoral.
La responsabilidad de que suceda, no es de quién en un momento dado se da cuenta de que viene. Sino de quién viéndola venir se aparta.
Para proyectar, cinco minutos de reflexión previa, es todo lo que requiere. Si en este o en cualquier otro foro no se acepta la crítica, dudo que realmente se busque “una verdad”.
Como se puede ver, no he acabado la reflexión, e incluso hay mucha argumentación inconexa. Pero en cierta manera, esa exigencia de “científicidad” a que se alude como excusa cuando se pretende cerrar la puerta a la crítica, me parece que es y forma parte de la trama que se utiliza para generar esa cultura experta de la que pretendo hablar y aquí solo he esbozado.
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