(Escrit al març del 2019)
Se está escuchando mucho estos días la
frase “cuanto peor, mejor” para referirse a la supuesta intención de los
partidos independentistas de querer forzar la situación política y social a
parámetros de confrontación más y más elevados. Dando por supuesto que al
independentismo le interesa un estado de “guerra” permanente para alimentar la
confrontación o simplemente la no actuación del gobierno español, ya que como
todos sabemos ha tenido como consecuencia un fuerte crecimiento en su voto.
También se escucha esta sentencia
acusando a la derecha española de pretender, mediante un discurso nacionalista
español, aglutinar votos por un lado y tapar los casos de corrupción por otro.
Y esta frase se utiliza, dicho sea
de paso, para dar la impresión de que quién la pronuncia se encuentra en la
equidistancia y por lo tanto en la moderación política. Nada más lejos de la
realidad, ya que si analizamos la hemeroteca, podemos observar cómo casi todos
los partidos políticos han pronunciado mediante alguno de sus representantes, el
comodín «cuanto peor, mejor» que por cierto, suele ser atribuida a Nikolay G.
Chernyshevsky, el cual dicen que se había inspirado en Lenin. Pero la matriz lo
tenemos que buscar en el pensamiento Marxiano expresado en la frase «La
ignominia sin la conciencia de la ignominia no es ignominia» o expresada de
otra forma: «Hay que hacer la ignominia más ignominiosa para tomar consciencia
de la ignominia y así poder acabar con ella».
Se consigue de esta manera la superación del pensamiento conformista de Leibniz que justificaba
el absolutismo cuando hablaba de que la bondad de Dios nos aseguraba que solo
podemos estar en el mejor del mundos posibles. Pero aunque la ilustración y sobre todo
Voltaire desmontó ese discurso, no fue hasta la llegada del marxismo que se hizo
visible una alternativa a la voluntad divina: la voluntad humana como motor de
cambio. Querer es poder, y en eso estamos…
algunos. Desgraciadamente, tres siglos después se recuperó este discurso y le
sirvió a Felipe González para asegurar que con el capitalismo, vivíamos en el
mejor de los sistemas posibles.
Desde aquí, me gustaría contextualizar
las dos visiones de la realidad. Y digo dos, dejando fuera la posibilidad de
terceras vías ya que nunca existen terceras vías en la discusión a dos. Me
explico; en la confrontación política de dos individuos o grupos, o tres o
cuatro o miles de individuos o grupos, si A y B tienen visiones enfrentadas, la
solución de consenso será la solución, pero eso no se le puede llamar tercera
vía ya que si a A y B se le añade una tercera opción que llamamos C, pero no
está aceptada en principio ni por A ni por B, no se le debe llamar tercera vía
si no “propuesta de solución” y mientras no sea asumida por alguna de las
partes será una dicotomía más entre A y C o entre B y C. De no ser así, los
miles de integrantes de un grupo político aportarían su voto particular en una
propuesta de grupo y nunca se conseguiría una propuesta de síntesis. Esto, no
es un problema de lógica filosófica, es una cuestión de sentido común que hemos
de dejar clara para centrar la discusión y no marear la perdiz con supuestas aportaciones
salomónicas.
Volviendo a mi intención de
contextualizar las dos visiones, planteo igualmente dos campos de batalla
ideológica:
El primero sería el campo de batalla
de la perspectiva nacionalista “nacional”, es decir, desde las visiones
necesariamente opuestas del nacionalismo catalán y el nacionalismo español; y
es necesario partir de aquí por ser este campo el que cuestiona el principio de
existencia o negación de una de las dos naciones y por lo tanto, donde también
se ha de pensar si existe alguna posibilidad de convivencia de las dos. Cosa
que sin duda, supondría una posible solución al problema. Con todo lo complejo
que llega a ser el tema identitario, lanzo una pregunta ¿qué hay detrás de una
nación? Y la respondo con la afirmación de que únicamente existe un ente que
para ejercer el poder haciendo que la gente lo sienta, define en el espacio y
en el tiempo un lugar físico donde se sitúa y se simboliza en la praxis.
Por lo tanto, atentar contra la
construcción nacional concreta, es atentar contra la raíz misma del poder que
se ejerce en esa “nación”.
El segundo, como no, sería el campo
de batalla por el modelo económico de sociedad “el sistema”, y difiere del
primero en una cuestión fundamental: es un campo concreto en lo nacional pero
transversal en lo social e incluye a todos los individuos que se reconocen
parte de una nación, mientras el campo del sistema económico viene definido, no
ya por el reconocimiento de la clase social a la cual se pertenece, sino por la
aceptación o no del rol que este sistema (el cual hemos de tener muy en cuenta
que es prácticamente homogéneo en todo el planeta) nos asigna desde el propio vientre
de nuestras madres. Es decir, la perspectiva económica es transversal en lo
nacional y concreta en lo social.
Llegados a este punto quiero hacer
notar la fuerte implicación que la cultura tiene como “productor” en el campo
nacional en tanto que elemento transversal.
Pero por otro lado la cultura es “producida”,
es un producto pues del campo económico. Y aunque la antropología económica
pueda dar la impresión de que es la cultura la que crea la economía, no es
tanto así, ya que esta disciplina realmente lo que pone de manifiesto es que la
cultura influye en el factor humano a la hora de implementar cualquier política
económica.
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